Cuando señalamos los males del mundo y de la época, siempre nos situamos en el puesto privilegiado del juez que analiza fríamente, que discurre con objetividad y que dicta sentencia. La culpa, ya se sabe, es siempre de los otros, y como decía Estanislao Zuleta, solemos pensar que nuestros errores son casuales distracciones mientras que los errores del vecino sí son estructurales manifestaciones de su ser esencial. Yo me equivoqué, él es así. Y eso cuando estamos dispuestos a aceptar que nos equivocamos, lo cual no es tan frecuente.
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