Illa saluda a Aragonès en el Parlament |
Sin el PSC, el independentismo no habría llegado tan lejos, ni habría gozado de semejante prestigio. La deriva cogió por sorpresa al viejo PSOE, que además había sido incapaz de prever el grado de adanismo del excéntrico secretario general que habían entronizado las primarias tras Almunia. Si algo caracterizó a Zapatero como líder es su doble condición suicida; sobrevalora sus capacidades e infravalora las dificultades a las que se enfrenta. Se trata de una audacia mal entendida que se resume en el hecho increíble, me hago cargo, de que buena parte de su mandato él creyó en la baraka como garantía del éxito de sus decisiones. He hablado con varios asesores de aquel gobierno y aún hoy se sorprenden de la ligereza con la que se tomaban decisiones trascendentales. En ABC recuerdan, cómo olvidarla, una comida con el staff del periódico en la que, cuestionado por la conveniencia de una determinada medida de política energética (la moratoria nuclear), el presidente Zapatero posó la mano sobre el brazo de su interlocutor y le dijo: “Confía en mí, saldrá bien”. De esa forma chamánica se enfrentó a problemas complicadísimos. Algunos, como la crisis económica, le arrollaron de forma inevitable, nadie habría podido escapar, pero otros salió a buscarlos con un entusiasmo adolescente y otros fueron planteados por personas que conocían su debilidad y pretendían explotarla. La crisis territorial forma parte de esta tercera tipología. Una parte de la dirigencia histórica del PSOE asistía espeluznada a la transformación del partido. Eran socialistas anacrónicos,escribe Rafael Latorre en su libro Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido .
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