En febrero de 2000, durante su visita al monasterio de Santa Catalina del Sinaí, Juan Pablo II explicaba que el camino señalado por la Ley divina no es un reglamento de la policía moral, sino el pensamiento de Dios. La Ley de Dios promulgada por Moisés encierra los grandes principios, las condiciones imperiosas de la supervivencia espiritual de los hombres. Todas las prohibiciones que contiene son una protección que impide al hombre caer por el precipicio del mal y el abismo del pecado y de la muerte. Una vida iluminada por el amor de Dios no necesita refugiarse tras barreras moralizadoras, que suelen ser la expresión de miedos inconfesados. La moral es fundamentalmente una consecuencia de la fe cristiana. (Cardenal Robert Sarah).
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