Tiene que haber dos en uno, siempre dos en uno, el dulce amor de la comunión y el fiero y orgulloso amor de la satisfacción sexual, los dos juntos en un solo amor. Y entonces somos como una rosa. Somos más incluso que el propio amor, sobrepasamos al amor, lo llevamos a un nuevo ámbito. Somos dos en nuestra pura conjunción. En nuestra alteridad inimaginable somos dos, aislados como piedras preciosas. Pero la rosa nos contiene y nos trasciende, somos el más allá de la rosa, escribe D. H. Lawrence.
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