La visión católica de la unidad fundamental de la especie humana modeló por su parte las deliberaciones de los grandes teólogos españoles del siglo XVI, que insistían en los principios universales por los que debe regirse la relación entre los Estados. Si ahora criticamos los excesos cometidos por los españoles en el Nuevo Mundo, escribe Thomas Woods, es gracias a los instrumentos morales que nos proporcionaron los propios teólogos católicos de España. Como dice Hanke: “Los ideales que algunos españoles intentaron aplicar en el Nuevo Mundo jamás perderán su esplendor mientras los hombres sigan creyendo que todos los pueblos tienen derecho a la vida, que existen métodos justos para regular las relaciones entre los pueblos y que todos los pueblos del mundo comparten la misma esencia humana”.
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