“Todos los que estábamos en torno a Stalin éramos provisionales, diría Nikita Jrushchov, futuro dirigente de la Unión Soviética. Mientras mantuviese cierto grado de confianza en nosotros, se nos permitía seguir viviendo y trabajando; pero bastaba que dejara de fiarse de alguien para que desatase todo su recelo”. Stepán Mikoián, quien por ser hijo de Anastás Mikoián, integrante del Politburó, creció en el complejo arquitectónico del Kremlin durante la década de 1930, corrobora la opinión de Jrushchov.“Miraba a la gente a los ojos cuando le hablaba, recuerda, y si uno apartaba la mirada, daba en sospechar que lo estaba engañando. En ese caso, era capaz de hacer cosas muy desagradables… Era un hombre muy suspicaz, y ése era su rasgo más sobresaliente… No tenía escrúpulos… No tenía el menor reparo en mentir si lo consideraba necesario, y por eso esperaba de los demás un comportamiento similar… Cualquiera podía resultar ser un traidor”.
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