Margarita Nelken, en una imagen de 1936. |
Felipe Sánchez Román, amigo de Azaña, pero que había sido compañero de estudios del asesinado Calvo Sotelo, dijo que “la República se había deshonrado para siempre”, y dejó su tarjeta en casa de la víctima en señal de condolencia. Dado que los socialistas prietistas habían dirigido y ejecutado el asesinato, no resulta sorprendente que sus líderes fueran los primeros en ser informados, parece ser que por los propios asesinos.Julián Zugazagoitia, director de El Socialista, escribió que, al recibir la noticia hacia las ocho de la mañana, exclamó: “Ese atentado es la guerra”. Los líderes socialistas no mostraron la menor preocupación por mantener el constitucionalismo republicano, que ahora se encontraba casi fatalmente roto. Se ordenó a los asesinos de Calvo Sotelo que se ocultasen y Condes se trasladó a casa de la socialista revolucionaria Margarita Nelken que, en las Cortes, había exigido de forma pública la expansión de la violencia y el desorden.El Gobierno de Casares Quiroga ya había llegado muy cerca de convertirse en un gobierno de guerra civil, pese a que todavía reconocía ciertas formas externas de constitucionalidad.
Cadaver de José Calvo Sotelo |
Al regreso de Largo Caballero de Londres, donde había asistido a una reunión internacional de sindicatos, despotricó con complacencia el 15 de julio: “¿No quieren este gobierno? Pues que se sustituya por un gobierno dictatorial de izquierdas. ¿No quieren el estado de alarma? Pues que haya guerra civil a fondo”. Pronto sus redactores obtendrían más “guerra civil a fondo” de la que esperaban. Luis Araquistain, director de Claridad, fue uno de los principales defensores de la guerra civil revolucionaria. Como Maurín, había opinado con anterioridad que la izquierda podría vencer fácilmente en dicha guerra y que la tensa situación internacional impediría la intervención contrarrevolucionaria extranjera. Tras el asesinato de Calvo Sotelo escribió a su mujer que era probable que se produjera un intento de rebelión armada por parte de la derecha, cuyo resultado sería “o viene nuestra dictadura o la otra”. Y acertó. La República democrática había, virtualmente, aunque no del todo, dejado de existir. Portela Valladares presentaría en sus memorias la acusación de que “Casares veía con confianza y satisfacción que estallara el movimiento militar, para presentarse en las Cortes luego, a recoger los aplausos del vencedor”.En un discurso que pronunció en 1960, Franco conjeturó que la rebelión nunca hubiese desarrollado la fuerza adecuada de no haber sido por el asesinato.
Referencia:El colapso de la República (Stanley George Payne)
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