Esteban Bilbao |
El historiador Luis Suárez, publica en 1997, su obra Franco; crónica de un tiempo, donde explica la posición del General ante el problema que representaba la población reclusa en España y la solución que previó y puso en práctica entre 1939 y 1945. Mediante este complicado procedimiento, Franco alcanzó la meta que se había propuesto de hacer desaparecer la población reclusa producto de la guerra sin promulgar ninguna amnistía. Cuando en 1945 Esteban Bilbao abandonó el Ministerio de Justicia el programa estaba cumplido. Los estadillos de la Dirección General de Prisiones de 1 de enero de 1946 indican la existencia de 32.380 reclusos, número normal. No es necesario considerar el plan de excarcelaciones como una simple medida de clemencia, había una razón más profunda de normalización de situaciones laborales y familiares, con honda repercusión en el equilibrio interior. Naturalmente la oposición izquierdista al Régimen no compartió tales argumentos, careciendo este de legitimidad todas las medidas de represión eran injustas, mientras que las violencias cometidas por los suyos eran tan solo lamentable consecuencia de una insurrección militar. Nunca se produjo la reconciliación que se anunciaba y los argumentos esgrimidos después de 1975 lo demuestran así. Sin embargo es un hecho que se permitió a los vencidos y a sus descendientes incorporarse de lleno a la vida española sin trabas. De la incorporación a la vida española, sin trabas, de los vencidos y sus descendientes, veremos ejemplos concretos, al hablar de antiguos penados que redimieron penas en el Valle de los Caídos.
Victoria Prego en Septiembre de 2006 publica en El Mundo puntualizando la situación real de aquellos trabajadores, y las razones que les llevaron a acogerse a la redención de penas. En lo personal, porque los presos fueron autorizados a llevar a sus mujeres y a sus hijos, que se quedaron en muchos casos a vivir con ellos. En lo penal, porque los reclusos políticos podían redimir de dos a seis días de condena por cada día de trabajo. Los primeros presos llegaron a finales de 1942 y al terminar 1950 no quedaba ninguno porque todos habían redimido ya sus penas y estaban en libertad. Muchos de ellos, sin embargo, optaron por seguir en el Valle como personal contratado. Y en lo económico porque las condiciones de los presos políticos eran idénticas a las de los trabajadores libres. Cobraban el mismo salario, aunque a los reclusos se les retenían las tres cuartas partes de la paga, un dinero que se les ingresaba en la Caja Postal de Ahorros para entregárselo a sus mujeres e hijos, si los tenían, o a ellos mismos cuando recuperaban la libertad. Cobraban los “puntos” por cargas familiares, las horas extraordinarias y estaban asegurados. Todo esto está documentado además de avalado por los testimonios directos de quienes vivieron allí. Todo ello rigurosamente cierto, como en el caso del escrito de la Fundación Francisco Franco que veíamos más arriba. Termina Victoria Prego, constatando la situación comprometida en la que ya entonces, hace más de cinco años, se encontraba el Valle de los Caídos a causa de mantener la huella de Franco, solo la destrucción del monumento, estilo Budas de Bamiyán, sería capaz de borrarla. Antes de que fuera señalado por la izquierda española como un museo de los horrores el Valle de los Caídos era, descontados los museos, el monumento del Estado más visitado de España. Ahora, colocado en el centro de una virulenta polémica, ha pasado a ser el tercero del ranking.
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