La tala de grandes extensiones de bosque en Gran Bretaña, con la finalidad de poder construir barcos para la Armada Real inglesa y suministrar materiales de construcción y combustible para garantizar el calor de una población creciente, dejó tras de sí una gran deforestación, que posteriormente propició una crisis de energía en toda Inglaterra. Esta situación fue la que obligó a buscar una nueva fuente de energía, el carbón. Más o menos por la misma época, un inglés llamado Thomas Savory inventó una bomba de vapor que permitía extraer los excesos de agua del fondo de las minas. La posibilidad conjunta de que el carbón y las máquinas pudiesen producir vapor marcó el inicio de la era económica moderna y se convirtió en la primera etapa del largo viaje de sustitución del trabajo humano por la fuerza de las máquinas. En la primera revolución industrial el vapor se empleó para abrir minas de metales, producir textiles y fabricar un amplio abanico de productos que, en épocas anteriores, habían sido fabricados a mano. Los buques de vapor sustituyeron a los viejos veleros y la locomotora de vapor ocupó el lugar de los vagones tirados por caballos; así se mejoró ampliamente el proceso de transporte y movimiento de materias primas y de productos terminados. El motor de vapor se convirtió en un nuevo tipo de esclavo laboral, una máquina cuya potencia física excedía con mucho la fuerza conjunta de animales y seres humanos. La segunda revolución industrial se produjo entre 1860 y la primera guerra mundial. El petróleo empezó a competir con el carbón mientras que la electricidad fue utilizada por primera vez, creando una nueva fuente de energía para hacer funcionar los motores, encender las luces de las ciudades y proporcionar comunicación instantánea entre las personas.
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