Vladimir Putin, un hombre desconocido, un teniente coronel que había trabajado para la KGB en Alemania oriental y que vivía modestamente en San Petersburgo con su esposa y dos hijas, hasta que se integró en la administración del Kremlin, donde acertó a ganarse la confianza tanto de Yeltsin como de Berezonvsky. El 16 de agosto de 1999 Putin fue nombrado jefe del gobierno. En principio, nada hacía prever que este personaje oscuro y de apariencia insignificante fuese a durar. Su elección se produjo cuando se iniciaba una segunda guerra de Chechenia, que comenzó esta vez con ataques chechenos al Daguestán en agosto de 1999, y siguió en septiembre con atentados terroristas en diversas ciudades rusas que causaron cerca de 300 víctimas. Ambos hechos creaban una sensación de vulnerabilidad en la población y daban un valor especial a la reacción enérgica que mostró Putin. Sobre la segunda guerra de Chechenia, se ha escrito, que “fue su campaña electoral”, el mayor bombardeo ruso vino a coincidir con los días de las elecciones. Algunos sospecharon que el oportuno estallido terrorista había sido preparado por Berezonvsky, que estaba en contacto con las mafias chechenas en territorio ruso. El propio presidente de Chechenia, Masjádov, le dijo entonces a un amigo que “esas gentes que predican la guerra santa están controladas y financiadas por alguien más, incluyendo los oligarcas financieros que rodean a Yeltsin en Moscú”. Hubo además sospechas de que los atentados en las ciudades rusas podían ser actos de provocación de los servicios secretos. Lo cierto es que los oligarcas se sentían tan seguros del futuro, en momentos en que se beneficiaban además del aumento de los precios del petróleo, que entre fines de 1999 y comienzos del 2000 Berezonvsky y Abramovich se apoderaron de buena parte de la producción de aluminio rusa. Apoyado por la cadena de televisión de Berezonvsky, que se encargó de destrozar a los candidatos que podían oponerle resistencia, Putin se convirtió en una figura destacada, y su partido recién creado, Unidad, al que se apresuraron a unirse los gobernadores provinciales que tenían problemas con la ley, obtuvo un triunfo resonante en las elecciones de diciembre de 1999, que Berezonvsky y otros oligarcas y delincuentes económicos aprovecharon para hacerse elegir diputados y garantizarse la inmunidad. El 31 de diciembre de 1999 Yeltsin dimitía, con un discurso en que pedía perdón “porque muchos de nuestros sueños no se realizaron”, y Putin, convertido en presidente en funciones, firmaba un decreto que ofrecía inmunidad a Yeltsin y a su familia por los actos realizados durante su presidencia. Se organizaron elecciones presidenciales para marzo del 2000, aprovechando la popularidad de Putin, que ganó en la primera vuelta con el 52,6 por ciento de los votos, contra el 29,2 para el comunista Zyuganov.
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