Para Andrés Oppenheimer, periodista y escritor, los posibles impactos del internet de las cosas serán preocupantes. Varias empresas farmacéuticas están proyectando poner microchips en las tapas de sus frascos de remedios para que el frasco le avise a la oficina del médico si el paciente no está tomando su medicina cuando la tapa no ha sido abierta en varios días. Podríamos terminar siendo vigilados por los objetos que nos rodean. Y también existe el peligro de que las cosas no funcionen como deberían. Podríamos llegar a recibir una avalancha de llamadas equivocadas de la heladera de un desconocido, para avisar que se ha quedado sin leche. Aún peor, en un mundo en el que llevaremos sensores en el cuerpo, y en nuestra ropa, el terrorismo cibernético podría ser más peligroso que nunca. ¿Qué pasará cuando un hacker se infiltre en la computadora del médico que regula los marcapasos de sus pacientes? ¿O cuando algún hacker quiera divertirse cambiando las instrucciones a nuestra ropa inteligente, para que nos den más calor o más frío de lo que estaban programadas? Las consecuencias pueden ser escalofriantes. Pero, al igual que lo que ha pasado con internet hasta ahora, lo más probable es que estos peligros no logren frenar el avance de los objetos conectados al internet de las cosas.
BIG DATA: EL ORO DEL SIGLO XXI La información será, más que nunca, una fuente de poder y dinero en el siglo XXI, porque con la expansión de internet, las redes sociales y el internet de las cosas, habrá más datos que nunca en el ciberespacio sobre cada uno de nosotros, y sobre qué cosas compramos, qué nos gusta leer, qué películas vemos, qué comemos, qué tipo de ropa nos gusta, adónde viajamos, quiénes son nuestros amigos, cuál es nuestra posición política y cuáles son nuestras preferencias sexuales.
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