El rasgo más relevante que distingue el pensamiento hebreo del griego (en particular el de Aristóteles) era la idea del cosmos como una creación de Dios que en realidad había ocurrido en la historia. En el pensamiento hebreo, a diferencia del griego, la naturaleza no era divina y Dios trascendía a todos los fenómenos. El sol, la luna y las estrellas eran criaturas de Dios y servían para anunciar las obras de sus manos (salmo 19). A diferencia de los egipcios y los babilonios, los hebreos no estimaban que la monarquía se hallaba anclada en el cosmos. En la religión hebrea, y sólo en ella, el hombre se unía a Dios por medio de una alianza casi legal, cuyo resultado fue la destrucción del antiguo vínculo entre el hombre y la naturaleza, escribe H. Frankfort en su obra Kingship and the Gods:A Study of Near Eastern Religion. Debido a esto, a veces los judíos han sido considerados los “constructores del tiempo”, mientras que los griegos fueron los “constructores del espacio”, los romanos los “constructores del imperio” y los cristianos los “constructores del cielo”, escribe G. J. Whitrow.
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