El 4 de julio de 1776, el Segundo Congreso Continental, formado por los representantes de las Trece Colonias de lo que pronto serían los Estados Unidos de América, aprobó la Declaración de independencia, cuyo segundo párrafo comienza con estas frases millones de veces citadas: Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
El 26 de agosto de 1789, la Asamblea Nacional Constituyente francesa aprobaba en París la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, de la que habría una nueva versión en 1793. Con un tono más pesimista que el de los estadounidenses, los revolucionarios franceses comienzan así su proclamación: Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las calamidades públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una Declaración solemne los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre…
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