Si algo enseña el arte es el carácter privado de la condición humana. El arte, la iniciativa privada más antigua, y más literal, despierta en el ser humano, consciente o inconscientemente, un sentido de unicidad, de individualidad, de separación, que lo convierte, de animal social, en un yo independiente. Se pueden compartir
muchas cosas, una cama, un trozo de pan, determinadas convicciones, una amante, pero no un poema. El poeta Joseph Brodsky manifiesta que una obra de arte, especialmente una obra literaria, y en concreto un poema, nos invita a una conversación íntima y entabla con cada uno de nosotros una relación directa, sin intermediarios.
Rainer Maria Rilke. |
Una novela o un poema no constituyen un monólogo, sino
una conversación entre el escritor y el lector, una conversación íntima, al margen de los demás. Y en el curso de esta conversación, el escritor, al margen de su mayor o menor grandeza, se halla en igualdad con el lector, y a la inversa. Tal igualdad es la igualdad de la conciencia. Permanece en una persona toda su vida, en forma de recuerdo, difuso o nítido; y tarde o temprano, para bien o para mal, condiciona su conducta.
Joseph Brodsky tiene la certeza de que, para alguien familiarizado con la obra de Dickens, matar en nombre de una idea resulta un poco más problemático que para quien no ha leído nunca a Dickens. Y hablo, dice Brodsky precisamente de leer a Dickens, Sterne, Stendhal, Dostoievski, Flaubert, Balzac, Melville, Proust o Musil; es decir, hablo de literatura, no de alfabetismo o educación. Una persona cultivada, tras leer algún tratado o folleto político, puede ser sin duda capaz de matar a un semejante y sentir incluso un rapto de convicción. Lenin era una persona culta, Stalin era una persona culta, Hitler también lo era; y Mao Zedong incluso escribía poesía. Sin embargo, el rasgo que todos estos hombres tenían en común consistía en que su lista de sentenciados a muerte era más larga que su lista de lecturas.
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