Diocleciano. |
La formación de España tiene su precedente en unas divisiones administrativas de la Hispania romana; la última, debida al emperador Diocleciano, incluía la diócesis de Hispania en la prefectura de las Galias; dicha diócesis, a cargo de un Vicarias Hispaniarum, de cuya actividad tenemos pocas noticias, comprendía las provincias Bélica, Cartaginense, Tarraconense, Gallecia y Lusitania. Luego se le agregó la Baleárica
Reino Visigodo. |
El estado visigodo, tal como quedó configurado tras la absorción del reino suevo y la expulsión de los bizantinos que se habían apoderado del litoral sureste, coincidía en lo esencial con la diócesis de Hispania. Cuenta el historiador Antonio Domínguez Ortiz que fue la prefiguración de un estado español, y su pérdida fue lamentada como “la pérdida de España”, motivo de una larga reconquista. Fue el referente privilegiado para muchas generaciones posteriores.
San Isidoro de Sevilla. |
San Isidoro, arzobispo de Sevilla, prorrumpió en una Alabanza de España (De laude Spaniae), modelo de otras posteriores que, a pesar de su brevedad, es un texto fundamental para el estudio de la idea de España como nación: “De todas las tierras que se extienden desde el mar de Occidente hasta la India tú eres la más hermosa. ¡Oh sacra y venturosa España, madre de príncipes y de pueblos! Tú eres la gloria y el ornamento del mundo, la porción más ilustre de la Tierra. Tú, riquísima en frutas, exuberante de racimos, copiosa de mieses, te revistes de espigas, te sombreas de olivos, te adornas de vides. Están llenos de flores tus campos, de frondosidad tus montes, de peces tus ríos”. Pero lo que más nos interesa es la implícita y rotunda afirmación de una España con personalidad bien definida. Y que la suya no era una voz aislada lo confirma que la irrupción sarracena fuera calificada como “la pérdida de España”.
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