François Mauriac, escritor francés y ganador del premio Nobel de literatura, en su libro Vida de Jesus escribe:
Sólo falta un puñado de sal en la masa humana para que ésta no pueda corromperse. ¡Mas, que la sal no pierda su fuerza! La dicha que Jesús aporta a la tierra y proclama en este primer discurso suyo, la ve amenazada en todo instante. ¿Qué significaba “pureza” para aquellos pobres circuncisos, atentos a sus palabras? ¡Ser puro! En los días de Tiberio, ¡qué postulado más inconcebible! “Oísteis que fue dicho: no adulterarás…” Sí, es la ley universal, universalmente violada, pero cuya enunciación no podía sorprender a nadie. Ahora bien, el Nazareno añadirá a la vieja ordenación vilipendiada un mandamiento nuevo contra el cual, veinte siglos después, el mundo se subleva todavía, burlándose de él e intentando en vano sacudirse de él, sin conseguir arrancarlo de su carne: desde que Jesús hablara, sólo encontrarán a Dios quienes acepten este yugo: “Mas yo os digo que quienquiera que mire a una mujer con codicia, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón”. El crimen queda, por esta sola frase, establecido ya a partir de este acto: la mancilla refluye hacia el interior y se remonta hacia su fuente. Más que ninguna maldición, estas pocas
palabras reducen a polvo la justicia de los fariseos. A partir de ahora, el drama se verificará en nuestro fuero interno, entre nuestro deseo más recóndito y ese Hijo del Hombre que se disimula en lo secreto de los corazones. La virtud de los fariseos, como el vicio de las cortesanas y los publícanos, ya no es más que mera apariencia. Para cada uno de nosotros, el misterio de la salvación se jugará en las tinieblas, que sólo la muerte disipa.François Mauriac |
Hay que abstenerse de juzgar, pero no debemos permitir que se rían de nosotros. Perpetua “puesta al día” a la que se invita al alma cristiana. No debe asombrarnos que, a raíz de este juego, los pobres de espíritu y los de corazón puro lleguen, poco a poco, a adquirir sutileza. No hay ninguna contradicción en el sermón, y, sin embargo, todo se opone al mismo. Es sumamente incómodo ser a la vez una paloma, una serpiente y un lirio. La verdad anunciada en la Montaña tiene más matices que la garganta de un pájaro. No se limita a unos cuantos preceptos rígidos que basta seguir, y entonces todo estaría en regla. Es una vida llena de trabas y peligros, en la que todo debe hacerse con prudencia, pero por amor.
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