domingo, 10 de junio de 2018

Occidente es una civilización moldeada por su herencia cristiana.

Los Estados Unidos de América: La Declaración de Independencia 
El dominico francés Raymond-Léopold Bruckberger argumenta en su  libro Images of America, de 1959, que la genialidad de Estados Unidos fue reconocer la diferencia entre el autogobierno “bajo Dios y la ley” y la monstruosa ilusión que tienen los seres humanos del “derecho a divinizarse y adorarse a sí mismos”. En el corazón de la “teología política” estadounidense encarnada en la Declaración de Independencia, Bruckberger vio una sabiduría que evitaba los extremos de la teocracia y el fanatismo religioso de un polo, y el ateísmo exaltado del otro. Para los estadounidenses, “el pueblo está siempre sujeto y al mismo tiempo es libre y soberano. Están sujetos a su
propia ley y a la justicia de Dios. Son libres porque obedecen sus propias leyes. Son soberanos porque su soberanía es parte de la soberanía de Dios”. Como argumenta Roger Scruton en The West and the Rest, ellos consideraron que había un “nosotros” preexistente, un pueblo con ciertos hábitos y tradiciones, que era condición necesaria para formar una “unión más perfecta” en el momento de la fundación constitucional estadounidense. Ellos también se basaron en la ley común y en la larga herencia moral de la civilización occidental. A diferencia de los revolucionarios franceses, no empezaron ni hubieran pretendido empezar desde cero.

Tocqueville 
Hoy en día, en nombre de la fidelidad a los principios democráticos, en nombre de la maximización de los derechos humanos, los activistas y teóricos democráticos, por igual, nos dicen que debemos redefinir la naturaleza del matrimonio, debilitar las soberanías nacionales, remitir al derecho judicial en el país y en el extranjero, y mirar con sospecha a todas las instituciones tradicionales y de autoridad. Aumenta la presión a someterse a la opinión de la elite, a los requerimientos del humanitarismo y del igualitarismo, a la autoridad moral de la ley internacional. En contraste con la tiranía de esta “idea” abstracta de democracia, Tocqueville enseña a practicar el arte de la libertad dentro de la democracia y a defender la más amplia herencia de la civilización occidental.

Occidente es una civilización moldeada, en aspectos decisivos, por su herencia cristiana. Le debe al cristianismo y a su espíritu la separación entre las cosas del César y las cosas de Dios, el lugar predominante de la conciencia en su vida moral y el rechazo al monstruoso e idólatra Estado faraónico, escribe Daniel Mahoney. 

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