Se pensaba que el conocimiento iba a convertirse en la primera fuente de riqueza nacional y personal. Y en la que sus poseedores y usuarios tendrían plenos derechos sobre su parte del león correspondiente en esta riqueza. La conmoción que supone el fenómeno, nuevo y en rápido ascenso, de los graduados sin empleo, o de los graduados que tienen empleos muy por debajo de las expectativas generadas por sus títulos (expectativas consideradas legítimas), es un golpe muy doloroso.
Las premoniciones y sombrías advertencias del sociólogo Cohan dicen que “una de las lecciones que hay que aprender de las recientes insurrecciones en Oriente Medio, especialmente en Egipto, es que las personas en posesión de una educación superior, que carecen de empleo y que han padecido mucho tiempo, pueden convertirse en el catalítico para la consecución de un cambio social que se ha retrasado durante demasiado tiempo”.
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