Gramsci dice que el sentido común (definido como “el sentido poseído en común”) es lo que, de manera característica, cimienta el consentimiento. El sentido común se construye a partir de prácticas asentadas en el tiempo de socialización cultural a menudo hondamente enraizadas en tradiciones regionales o nacionales. No es lo mismo que el buen juicio, que puede construirse a partir de la implicación crítica con las cuestiones de actualidad. Por lo tanto, dice David Harvey, el sentido común puede engañar, ofuscar, o encubrir profundamente problemas reales bajo prejuicios culturales. Los valores culturales y tradicionales (como la creencia en el país, o las opiniones sobre la posición de las mujeres en la sociedad) y los miedos (a los comunistas, a los inmigrantes, a los extraños o a los otros) pueden ser movilizados para enmascarar otras realidades. Pueden invocarse eslóganes políticos que enmascaran estrategias específicas debajo de dispositivos retóricos imprecisos. La palabra libertad resuena tan ampliamente dentro del sentido común que se convierte en un botón que las élites pueden pulsar para acceder a la masas con el fin de justificar prácticamente todo.
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