Cuenta David Harvey que los privilegios derivados de la propiedad y la gestión de las empresas se han fusionado mediante el pago a los altos directivos con stock options, esto es, con derechos de compra sobre acciones de la compañía. De este modo, el valor de las acciones y no el de la producción, se convierte en la luz trazadora de la actividad económica y, tal y como se hizo visible con la caída de compañías como Enron, las tentaciones especuladoras que resultan de esto pueden convertirse en demoledoras.
El eslogan coreado con frecuencia durante la década de 1960 había sido “lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos”, actualmente se ha transformado en que “lo único que importa es que sea bueno para Wall Street”. Por lo tanto, un notable foco del ascenso del poder de clase bajo el neoliberalismo, debe atribuirse a los altos directivos que son los operadores decisivos en los consejos de administración de las empresas, y a los jefes del aparato financiero, legal y técnico que rodea este santuario de acceso restringido de la actividad capitalista. Sin embargo, el poder de los auténticos dueños del capital, los accionistas, se ha visto en cierto modo menguado, salvo que obtengan un porcentaje de votos suficientemente alto como para influir en la política de la empresa. En más de una ocasión, los accionistas han perdido inmensas sumas de dinero a causa de estafas cometidas por los altos directivos y sus asesores financieros. Las ganancias especulativas también han hecho posible amasar enormes fortunas en periodos muy breves de tiempo (ejemplo de ello son Warren Buffet y George Soros).
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