Escribió, el periodista, crítico, escritor y ganador del premio Nobel de literatura en 1952, François Mauriac: “¿He de confesarlo? Si no hubiese conocido a Cristo, Dios sería para mí un vocablo vacío de sentido. Salvo una gracia particularísima, el Ser infinito me resultaría inimaginable, impensable. El Dios de los filósofos y de los eruditos no ocuparía ningún lugar en mi vida moral. Fue necesario que Dios se sumergiese en la humanidad y que, en un preciso momento de la historia, en un determinado punto del globo, un ser humano, hecho de carne y sangre, pronunciase ciertas palabras, cumpliese ciertos actos, para que yo cayese de rodillas”.
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