Como en toda relación centrada en uno mismo, los compañeros de fechorías convierten sus vidas en un infierno y, lo que es mucho peor, convierten en un infierno en la tierra la vida de sus hijos. Siempre son los niños los que acaban sufriendo las consecuencias del desenfreno sexual, bien porque se acaba poniendo fin a sus vidas en el vientre de su madre, bien porque el egoísmo de sus padres hace su vida insoportable. Los niños son las víctimas silenciosas de la inmoralidad sexual, afirma el profesor y escritor británico Joseph Pearce.
La pasión desbocada es destructiva, y no aporta ni felicidad
ni satisfacción. Al contrario, hace sufrir a todos los implicados. Dice Pearce que los sentimientos que conducen a relaciones de ese tipo nada tienen que ver con el amor. El egoísmo nunca es amor. El amor no es un sentimiento, sino una acción. Es la entrega de la propia vida por el amado. No es la entrega de la vida de otro, o del cuerpo de otro, para nuestra propia satisfacción.
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