jueves, 12 de abril de 2018

Para estudiar el amor, hay que estudiar a quienes se sacrifican por los otros.


Amar es algo que se hace. Los sacrificios que se hacen, la entrega de uno mismo, como una madre que pone un recién nacido en el mundo. Para estudiar el amor, hay que estudiar a quienes se sacrifican por los otros.
Stephen Covey cuenta la siguiente historia:
A mi esposa y a mí ya no nos unen los antiguos sentimientos. Supongo que ya no la amo, y que ella ya no me ama a mí. ¿Qué puedo hacer?». —¿Ya no sienten nada uno por el otro? —pregunté. —Así es. Y tenemos tres hijos, que realmente nos preocupan. ¿Usted qué sugiere? —Ámela —le contesté. —Pero le digo que ese sentimiento ya no existe entre nosotros. —Ámela. —No me entiende. El amor ha desaparecido. —Entonces ámela. Si el sentimiento ha desaparecido, ésa es una buena razón para amarla. —Pero, ¿cómo amar cuando uno no ama? —Amar, querido amigo, es un verbo. El amor —el sentimiento— es el fruto de amar, el verbo. De modo que ámela. Sírvala. Sacrifíquese por ella. Escúchela. Comparta sus sentimientos. Apréciela. Apóyela. ¿Está dispuesto a hacerlo? En la gran literatura de todas las sociedades progresistas, se habla de amar, del verbo. Las personas reactivas hablan del sentimiento. Ellas
se mueven por sentimientos. Hollywood, por lo general, nos convence de que no somos responsables, de que somos un producto de nuestros sentimientos. Pero los guiones de Hollywood no describen la realidad. Si nuestros sentimientos controlan nuestras acciones, ello se debe a que hemos renunciado a nuestra responsabilidad y que permitimos que los sentimientos nos gobiernen.

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