El enorme gasto inflacionista del armamentismo lastra el presupuesto hasta de los estados más ricos; mientras que a los estados pobres se les cierra el camino a la emancipación económica cuando tratan de hacerse fuertes militarmente. Pero los costes humanos de entrar en guerra son aún mayores. Los estados ricos tienen el acuerdo tácito de no hacérsela, y los estados pobres que entran en guerra con esos estados ricos son aplastados y humillados. Los estados pobres que luchan entre sí o se ven arrastrados a una guerra civil destruyen su propio bienestar y hasta las estructuras que les posibilitan recuperarse de la guerra.
Realmente, la guerra se ha convertido en un azote, como lo fue la enfermedad a lo largo de la historia; y aunque es cierto que la enfermedad no tiene amigos y la guerra sí, actualmente esta requiere una amistad que solo se paga con moneda falsa.
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