La finalidad principal del desarrollo económico dice el Concilio Vaticano II “no es un mero crecimiento de la producción, ni el lucro o el poder, sino el servicio del hombre integral, teniendo en cuenta sus necesidades de orden material y las exigencias de su vida intelectual, moral, espiritual y religiosa”.
Los indicadores más fieles de la justicia en las relaciones sociales no son el volumen de la riqueza creada ni su distribución, es necesario examinar “si las estructuras, el funcionamiento, los ambientes de un sistema económico, son tales que comprometen la dignidad humana de cuantos en él despliegan su propia actividad". Hemos de tener presente que el criterio supremo en el uso de los bienes materiales debe ser “el de facilitar y promover el perfeccionamiento espiritual de los seres humanos, tanto en el orden natural como en el sobrenatural”, manifiesta Juan XXIII en la encíclica Mater et Magistra.
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