Julia Esmeralda Pleites trabajaba en la fábrica Formosa, en El Salvador. Allí cosía remeras para Nike y Adidas. Por 5 euros diarios. La mitad de esa suma pagan las costureras por su vianda en el comedor por el desayuno, porotos y café; de almuerzo, una porción de pollo con arroz. A esto se suman los 35 euros que Julia Pleites debe abonar mes a mes por el departamento de 12 metros cuadrados que habita junto con su madre y su hija de tres años. El ómnibus ida y vuelta hasta su lugar de trabajo cuesta 0,77 euro. Como un día llegó tarde porque el dinero ya no le alcanzaba para el viaje en ómnibus, la joven de 22 años fue despedida. En el acto. Y sin recibir el resto de su salario. “Debemos pedir dinero prestado para sobrevivir”, cuenta la joven, que ya no sabe cómo hacer para pagar sus deudas. Y ella que quería ahorrar algo para que su hija pudiese ir a la escuela. (“Testimony of Julia Esmeralda Pleites”, puede leerse en http://www.alcnet.org/nike/julia.htm.)
El destino de Julia Esmeralda Pleites es igual al de millones de empleados, en su mayoría mujeres, que se desempeñan en la industria textil en todo el mundo. Alrededor del noventa por ciento de las prendas que recalan en los mostradores europeos se confeccionan en zonas de libre comercio ubicadas en China, en el sudeste asiático, en Centroamérica y en Europa del Este. Escribe Klaus Werner que las grandes firmas europeas y norteamericanas de ropa deportiva no tienen ni un solo centro de producción propio, sino que compran todos sus productos al mejor postor en el mercado del hard discount. Los precios bajan y bajan y bajan. Las factorías de Tailandia compiten con las “maquilas” mexicanas (tal el nombre de los talleres de costura de América Central) por lograr el menor costo. Suele suceder que en una misma máquina se cosan, uno detrás del otro, los distintos modelos de marcas que compiten entre sí. Las
grandes marcas limitan su actividad al diseño y a la publicidad. Y allí sí que no escatiman en gastos. El precio de un modelo nuevo de zapatillas Nike, Adidas o Reebok no baja de los 100 euros. Pero de ese dinero los fabricantes reciben apenas el 12%, y encima tienen que restarle los costos de materiales y de producción. Dentro de esos costos, los salarios representan una porción insignificante; de acuerdo con cálculos realizados por la campaña Clean Clothes, una costurera recibe en promedio apenas el 0,4% sobre el valor de venta de las zapatillas. Considerando 100 euros, esto equivaldría a 40 centavos.
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