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Conde-duque de Olivares |
Hacia 1634 los españoles, gobernados por Felipe IV (1621-1665) y su primer ministro, el conde-duque de Olivares, habían decidido ayudar a sus primos austriacos; pero su envío a tierras del Rin de un poderoso Ejército español a las órdenes del cardenal-Infante, obligó a Richelieu a decidir la intervención francesa directa. En 1635 ordenó a sus tropas que atravesaran varias fronteras. Francia era líder de la coalición anti-Habsburgo y enviaba subsidios a todos cuantos estuvieran dispuestos a combatir las fuerzas imperiales y españolas. Ahora se trataba de un conflicto abierto y cada coalición empezó a movilizar aún más tropas, armas y dinero. El lenguaje también se radicalizó. “O bien lo perdemos todo o bien Castilla se transforma en cabeza del mundo”, escribió Olivares en 1635 mientras planeaba una triple invasión a Francia para el año siguiente. Sin embargo, la conquista de una zona como Francia estaba más allá de las capacidades militares de las fuerzas habsburguesas,
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Felipe IV. |
que se aproximaron a París pero pronto tuvieron que luchar en varios frentes por toda Europa. Las tropas suecas y alemanas presionaban a los ejércitos imperiales en el Norte. Los holandeses y franceses tenían cogidos en un movimiento de pinza a los Países Bajos españoles. Además, una revuelta portuguesa en 1640 desvió a una considerable cantidad de tropas y recursos españoles, que se vieron obligados a abandonar el Norte y a acercarse a la península, aunque nunca fueron suficientes como para lograr la reunificación de la península. En realidad, a comienzos de la década de 1640, con la rebelión paralela de los catalanes, apoyada por los franceses, existió cierto peligro de desintegración española. En el mar, las expediciones marítimas holandesas atacaron Brasil, Angola y Ceilán y convirtieron el conflicto en lo que se describe como la primera guerra global, dice el historiador Paul Kennedy.
La Paz de Westfalia, firmada en 1648, era el reconocimiento del equilibrio religioso y político dentro del Sacro Imperio Romano, con lo que se confirmaban las limitaciones de la autoridad imperial. Esto dejó a España y a Francia envueltas en una guerra que tenía por motivación las rivalidades nacionales y ninguna relación con la religión, como demostró el sucesor de Richelieu, Mazarino, en 1655, al aliarse con la Inglaterra protestante de Cromwell para asestar los golpes que finalmente obligaron a los españoles a acordar la paz.
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