El ciudadano, se dice, nace con la Revolución Francesa. Antes de 1789 estaba el súbdito, no el ciudadano; y el súbdito vive en status subiectionis, en sumisión, es objeto, no sujeto de poder. Al súbdito se le impone la religión (la del príncipe del territorio en que se encuentra, cuius regio, eius religio); y el súbdito también va “en la dote”, cambia de amo simplemente con un matrimonio dinástico. El paso del súbdito al ciudadano es, pues, un enorme paso adelante. El súbdito es, en resumen, parte del patrimonio del señor. El ciudadano ya no lo es y, en el ámbito de sus derechos, se convierte en amo de sí mismo.
Como afirma concisamente Dahrendorf : “Los derechos de
ciudadanía son la esencia de la sociedad abierta”. Lo que induce a decir a Giovanni Sartori que si se reformulan en “derechos de ciudadanías” (plurales y separadas), la sociedad abierta se rompe y subdivide en sociedades cerradas. Abolida la servidumbre de la gleba que ligaba al campesino con la tierra, hoy tenemos el peligro de inventar una “servidumbre de la etnia”.
Dahrendorf |
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