Raymond Aron considera que la realidad no puede ser aprehendida de manera global y las verdades en economía, en sociología y en ciencia política siempre son parciales y reflejan tan solo una parte de la complejidad social. “Al tratar de explicar la actitud de los intelectuales, despiadados con las debilidades de las democracias, indulgentes con los mayores crímenes, siempre y cuando estos se cometan en nombre de las doctrinas correctas, me encontré en primer lugar con las palabras sagradas: izquierda, revolución, proletariado. La crítica de estos mitos me llevó a reflexionar sobre el culto de la historia y, posteriormente, a interrogarme sobre una categoría social a la que los sociólogos no han prestado aún la atención que merece: la intelligentsia. Si observamos la realidad, si nos proponemos objetivos concretos, comprobaremos lo absurdo de estas amalgamas político-ideológicas con las que juegan los revolucionarios de gran corazón y cabeza ligera, así como los periodistas ávidos de éxito. Dejemos la superioridad del fanatismo para los fanáticos sin remordimientos. Si la tolerancia nace de la duda, enséñese a dudar de los modelos y de las utopías, a rechazar a los profetas de la salvación, a los heraldos de las catástrofes. Apelemos, pues, al advenimiento de los escépticos, si ellos han de extinguir el fanatismo.” Una obra en general destinada a mantener el combate filosófico contra los mitos de la izquierda, el historicismo y, en suma, la alienación a la que conducían ambas cosas.
En su obra Introducción a la Filosofía Política. Democracia y revolución. Su punto de partida era bien concreto: “En el fondo, el problema central que quiero abordar en el presente curso es exactamente el planteado por Tocqueville: siendo un hecho el camino hacia la igualdad, ¿conservan nuestras sociedades la libertad política como un anacronismo o cabe la posibilidad de combinar una sociedad igualitaria con una liberal?”. Su respuesta principal consiste en una cerrada defensa de la democracia contemporánea, entendida como un régimen no revolucionario, o antirrevolucionario, donde la competencia por el poder se hace de modo pacífico y según las reglas del juego. Dado que los actores del Gobierno no están compuestos por una masa uniforme, sino por individuos concretos, para Aron la democracia es sobre todo una oligarquía, renovable por el voto, pero una oligarquía al final. Por eso para él expresiones grandilocuentes como las usadas desde la izquierda pertenecían más a una especie de religión que a la realidad: “Cuando dicen que el pueblo está en el poder o el proletariado está en el poder, se trata de mitología”, afirma. De ahí la necesidad de asegurar por todos los medios un sistema electoral honesto, asegurándose de que existirá siempre una nueva elección al final del mandato. De este modo, para Aron la Libertad es “el derecho a la participación en la competencia por el poder”. El filósofo galo no duda que la democracia es el sistema que mejor preserva las libertades. Afirma que democracia y liberalismo van unidos. “Las democracias occidentales desean salvaguardar los derechos de las personas, dejar un margen a la acción espontánea de cada cual. Se prohíben a sí mismas la ambición de edificar el orden social según un determinado plan y de someter el porvenir a su voluntad. Democráticos, los liberalismos occidentales reconocen en la voluntad del pueblo un principio de legitimidad y en la elección disputada la aplicación de su principio.” De este modo, la libertad subsiste definida como la elección de los gobernantes, si bien no de forma completa, pero ¿lo ha sido alguna vez? En su defensa de los principios y reglas del juego democrático, Raymond Aron se encontrará frente a la izquierda marxista que tildaba todas aquellas libertades de meramente formales. Compañero de pupitre en la École Normale de Jean Paul Sartre, era casi inevitable que la polémica surgiese entre ellos “El comunismo es una versión degradada del mensaje occidental. Retiene su ambición de conquistar la naturaleza y mejorar el destino de los humildes, pero sacrifica lo que fue y tiene que seguir siendo el corazón mismo de la aventura humana: la libertad de investigación, la libertad de controversia, la libertad de crítica, y el voto” afirma Aron ante el natural disgusto de Sartre.
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