El mercado, ese que nadie sabe dónde está ni quién lo rige, pero al que políticos y economistas profesan un respeto casi sagrado. El diccionario de la Real Academia Española lo define como el “conjunto de actividades realizadas libremente por los agentes económicos sin intervención del poder público”. El mercado es un ente especializado en producir cosas por las que la gente está dispuesta a pagar. Si es competitivo, si cuenta con muchos vendedores que compiten entre sí para atraer a los clientes, ese mercado garantiza la eficiencia productiva y, además, a buen precio; todo porque la presión por ser eficiente es tan brutal que cualquier error puede hacer que el cliente elija a la competencia. Otra peculiaridad de ese mercado es que tiene una facilidad pasmosa para adivinar qué quiere la gente. Aunque otros dirán que no es tal capacidad, sino una capacidad no menos asombrosa de manipular a las personas y hacerlas desear cosas que no sirven para nada. Lo que es innegable es que en cuanto detecta que hay demanda de algo, produce más de ese producto.
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