Japón ha sorprendido a propios y extraños desde 1945. Con una pobreza tan tremenda y una inflación galopante, pocos podían pensar que Japón esquivaría los conflictos en su entorno. Pocos podían imaginar que su derrota a manos de Estados Unidos sería el aval de su progreso futuro. Cuando en 1955 se fundó el Partido Liberal Democrático, nadie hubiera apostado que apenas estaría cinco años sin ejercer el poder, más que cualquier otro del mundo democrático. Después de asombrar su audaz manejo de las crisis económicas previas, nadie pensaba que, tras estallar la economía de la burbuja, el marasmo perduraría más de una década. No es fácil comprender cómo un país tan conservador y de derechas llevó a cabo políticas socialdemócratas y alcanzó semejante igualitarismo. Era difícil suponer que, habiendo sido atacado con dos bombas atómicas, Japón sufriría el accidente nuclear más dañino de la humanidad. Pocos podían pensar que Japón solventaría el declive de su producción de alimentos exportando los suyos a precios estratosféricos. O, por último, la imagen del japonés ordenado, metódico y previsible tiene poco que ver con la creatividad que destilan las obras de sus artistas y de sus industrias del manga y del anime. Japón es una sorpresa continua que va prestando ideas, modas, narrativas, formas de vida, sabores, ideas, conceptos, experiencias y enfoques novedosos.
Tras la rendición de agosto de 1945, Japón se enfrentó a la paz sin saber exactamente ni quién le dominaría (hubo dos rendiciones, una dirigida a Estados Unidos y otra, dos días más tarde, a los soviéticos) ni en qué términos se le impondría la paz. Y el resultado fue tan inesperado como el comienzo. Los dos países se convirtieron en aliados y acabaron marchando en una misma dirección, en parte por el contexto internacional, pero también por la intención de ambos bandos de confraternizar y olvidar el odio de la guerra. No se produjo un solo asesinato de un soldado ocupante en esos años. Para el gobierno japonés, las bombas atómicas cambiaron la narrativa. La ciencia allanaba una derrota más aceptable, pues permitía culpar a los militares solo indirectamente de la derrota, y además porque señalaba un camino de futuro mucho más apropiado que los eslóganes patrioteros.Las bombas permitieron esconder el hambre y la creciente desmoralización de una población que huía en desbandada de las ciudades, para sorpresa de las autoridades, y de una élite consciente de la inutilidad de la resistencia.La nueva narrativa asociada al poder material y el desarrollo científico contrastaba con esas burdas lanzas de bambú para defenderse, y el emperador, biólogo él mismo, insistió también en ese salto cualitativo, enfatizando la capacidad destructiva de las nuevas “bombas crueles”, que podrían extinguir no solo a la nación japonesa sino incluso a la civilización humana.
Referencia: La soledad del país vulnerable (Florentino Rodao)
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