En la Exposición Universal de Nueva York de 1939 se proyectaron películas de todos los géneros concebibles, desde películas sobre viajes hasta promociones de ventas. Sin embargo, lo que sobresalió por encima de todo fue una manera bien diferente de rodar lo que sucedía en la época. Se trataba de los documentales británicos. En lo referente al cine de entretenimiento, Gran Bretaña se hallaba muy rezagada no sólo respecto de Hollywood, sino también de otros países europeos. Con todo, no puede decirse lo mismo de la tradición documental. Su vigor se debía sobre todo a la Empire Marketing Board Film Unit, que había comenzado su andadura en 1929 como organización propagandística encargada de diseñar carteles y folletos con la intención de promocionar el suministro británico de alimentos procedentes de lo que era aún el Imperio. La sección cinematográfica fue creada cuando un escocés, John Grierson, formado en los Estados Unidos y muy impresionado por las técnicas propagandísticas de este país, persuadió a sir Stephen Tallens, director de la organización, de que las películas podrían proporcionar a sus mensajes una difusión mucho más amplia que la palabra escrita.El objetivo de Grierson era hacer uso del talento de directores de primera fila para llevar a la pantalla el mundo real y transmitir el drama y el heroísmo protagonizados por personas de carne y hueso, procedentes sobre todo de la clase trabajadora, lo que creía perfectamente posible desde la introducción del cine sonoro. Para él, el documental era una nueva forma de arte aún por nacer. Las primeras películas, acerca de pescadores, alfareros o mineros, contenían en realidad pocas cualidades dramáticas y aún menos artísticas. Más tarde, en 1933, se trasladó la sección cinematográfica de la organización, prácticamente intacta, a la Oficina General de Correos, donde permaneció hasta la guerra. En su nueva sede produjo una serie de documentales revolucionarios, que hicieron nacer por fin la nueva forma de arte con que había soñado Grierson. Ésta no contaba con un único estilo. En Song of Ceylon (‘La canción de Ceilán’), Basil Wright adopta un tono alusivo al alternar con gran sutilidad “el ritual imperecedero de la recogida del té” con sonidos más severos de los comerciantes y vistas más prosaicas de la Bolsa de Londres. Night Mail (Correo nocturno), de Harry Watts, fue quizás el documental más famoso de todos para varias generaciones de británicos (al igual que los otros, se distribuyó en las escuelas). Seguía el recorrido que efectuaba el tren correo noche tras noche de Londres a Escocia, con comentarios de W. H. Auden y música de Benjamín Britten. Auden fue sin duda la elección perfecta, su poema transmitía a un tiempo los ritmos líricos del tren, su prisa, y el carácter reiterado y ordinario de la operación, así como el efecto que puede tener sobre la vida de cualquier persona la carta menos excepcional. Pues nadie oye al cartero sin que su corazón se precipite. ¿A quién le gusta verse en el olvido? Fue necesaria una guerra para que el pueblo británico se diese cuenta del valor propagandístico del cine.
Referencia:Historia intelectual del siglo XX (Peter Watson)
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