En palabras de Keynes, “el gobierno no tiene que hacer cosas que estén haciendo ya los individuos, para hacerlas un poco mejor o un poco peor, sino que tiene que hacer las cosas que no se están haciendo en absoluto”. Iniciativas estatales como la creación del Banco de Inglaterra o, posteriormente, la Sociedad Británica de Radiodifusión (BBC), son buenos ejemplos del tipo de acciones gubernamentales en las que Keynes estaba pensando. En su opinión, el Estado por medio de sus políticas monetarias (tipo de interés a través de la existencia de un Banco Central) y fiscales (manejo de los impuestos a fin de ordenar la demanda y el ahorro) podía ejercer como regulador del juego económico en momentos de contracción de la demanda y la inversión. En conceptos macroeconómicos, para Keynes el incremento del gasto estatal no tenía por qué significar algo catastrófico, sino una manera de permitir que la población obtuviese las ganancias suficientes para tirar de una demanda periclitada, por ejemplo, debido a una crisis especulativa y de sobreproducción como la de 1929. De esta manera, en su opinión, se podría dar salida a amplias producciones acumuladas en stocks imposibles de colocar a nadie, se crearía empleo y se evitaría así la terrible realidad del paro masivo. En realidad, la propuesta Keynesiana estaba destinada a salvar la democracia de corte occidental, ya que la teoría clásica no parecía poder resolver por sí misma la existencia de las innegables crisis periódicas del sistema capitalista.
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