Aristóteles enseña que hay algo más en el desarrollo de la mente que aquello que proviene de la experiencia sensible. La mente en estado embrionario recibe una “semilla que entra del exterior”; una semilla eternamente activa y divina. Este intelecto divino, del cual todo el mundo tiene una parte potencial, es inmortal y trascendente. Este intelecto es lo que distingue a los seres humanos del resto de los animales.Este intelecto activo dota por sí solo a la mente humana de la capacidad de aprehender la verdad final y universal. A través de este poder del pensamiento humano, uno puede comprender la verdad eterna y que la más alta felicidad de un ser humano consiste en la contemplación de la verdad eterna. Aristóteles enseña que, para dar cuenta del orden y el movimiento del universo, debía haber una Forma Suprema, una realidad ya existente, eterna y absoluta en su perfección. Esta Forma Suprema es la causa primera del universo y se caracteriza por la actividad del pensamiento. Dios es, por tanto, espíritu puro. Desde la perfección absoluta, Dios mueve toda la creación dirigiéndola hacia sí. Dios es la meta de todas las aspiraciones y movimientos del universo. Dios es el fin último de todos los seres humanos. Todo individuo puede intentar imitar al Ser Supremo, esforzándose por cumplir su propio fin; crecer, madurar y alcanzar la realización de su forma. Dios “mueve como objeto de deseo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario