Escribe John H. Newman que la agonía, que es un dolor del alma y no del cuerpo, constituyó el acto primero del tremendo sacrificio de Jesucristo. “Mi alma está triste hasta la muerte”, dijo el Señor (cfr. Mt XXVI, 36). Si sufrió en el cuerpo, era en el alma donde en realidad sufría, pues el cuerpo no hacía sino conducir la aflicción a la verdadera sede espiritual de ésta.
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