Cuenta Viktor Frankl que “un paciente fue recluido en una clínica psiquiátrica después y a causa de haber manifestado intenciones de suicidarse, las que reconoció, además, abiertamente, una vez internado. Sin embargo, el enfermo no presentaba ningún síntoma psíquico y lo que hubo de alegar ante el jefe de la clínica, cuando éste pasó la visita, era, al parecer, algo lógicamente irreprochable. Desarrolló, entre otras cosas, la tesis de que todo hombre es libre y tiene, entre otras libertades, la de decidir acerca de su vida, acerca de su ser o no ser. Protestó, en palabras tan dignas como conmovedoras, de que se privase de libertad a un hombre como él, a quien no podía imputarse el más leve indicio de perturbación mental. ¿Y qué ocurrió? El jefe del establecimiento, con toda su autoridad, estampó en la ficha clínica el diagnóstico negativo sine morbo psychico, y dispuso que el no enfermo fuese dejado en plena libertad. Pero, una vez dado de baja en las listas de los enfermos, uno de los médicos del Centro no pudo resistir a la tentación de conversar con aquel sujeto, de quien sospechaba que, aun disfrutando de salud psíquica, era un desequilibrado espiritual. En muy poco, poquísimo tiempo, este médico pudo hacer comprender al individuo en cuestión que la libertad del hombre no es precisamente una “libertad de algo”, sino una “libertad para algo”, es decir, la libertad para asumir una responsabilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario