Cuenta el historiador Javier Tusell que “el llamado nacional-catolicismo no fue una teoría sino más bien un sentimiento o una sensibilidad. No fue, por otro lado, nada postizo, sino algo sinceramente sentido que venía a ser el resultado de una reacción contra una fe del pasado que se sentía ahora como pasiva en exceso; la nueva fe era de reconquista fervorosa de la sociedad, con una explícita voluntad antimoderna y sin el menor reparo ante la confusión de los planos religioso y político. De ella participaron no sólo los vencedores sino también algunos de los vencidos pues en la vida intelectual, como entre algunos dirigentes de segunda fila de la política, se produjeron sonoras conversiones o numerosísimas vocaciones tardías para ingresar en el sacerdocio".
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