Las dictaduras totalitarias dependen de la población y las sociedades que gobiernan. Como apuntó el politólogo Karl W. Deutsch en 1953 “el poder totalitario es fuerte sólo si no tiene que ejercerse con mucha frecuencia. Si el poder totalitario tiene que imponerse sobre toda la población y en todo momento, no es probable que se mantenga vigoroso por mucho tiempo. Como los regímenes totalitarios requieren más poder que cualquier otro tipo de gobierno para relacionarse con sus gobernados, tienen una necesidad mayor de que los hábitos de sumisión estén más amplia y firmemente extendidos entre su pueblo. Más aún, tienen, en caso de necesidad, que poder contar con el apoyo activo de porciones significativas de la población”. John Austin, el teórico inglés del siglo XIX, describió la situación de una dictadura que se enfrentara a un pueblo descontento. Austin argumentaba que si la mayoría de la población estaba decidida a destruir al gobierno, y se hallaba dispuesta a soportar la represión que le impusiera por ello, entonces el poder del gobierno, incluyendo aquellos que lo apoyaban, no podría preservar al odiado régimen, inclusive si recibiera ayuda del extranjero. No se podría someter de nuevo al pueblo desafiante a la obediencia y la sumisión permanentes, concluía Austin. Mucho antes, Nicolás Maquiavelo había explicado que El Príncipe “que tiene a todo el pueblo por su enemigo, nunca puede estar seguro, y mientras mayor sea su crueldad, mas débil se irá volviendo su régimen”.
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