Escribe Francis Fukuyama, politólogo estadounidense, que una cuestión puramente empírica, existe una correlación extraordinariamente fuerte entre unos niveles altos de desarrollo industrial y la democracia estable. Con la modernización se ha producido el correspondiente desarrollo en la legitimidad de la idea de igualdad humana, un fenómeno que señala Tocqueville al principio de La democracia en América. Se ha discutido mucho por qué existe esta correlación. Por un lado, se ha defendido que la democracia está determinada culturalmente; que de algún modo fluye de los sistemas culturales cristianos, y que no es una mera casualidad que los primeros países del mundo que se desarrollaron fuesen naciones cristianas. Por otro lado, se puede argüir que existe una determinada jerarquía de metas en la que la satisfacción de las necesidades económicas antecede en cierto sentido a la necesidad de reconocimiento. Con el aumento del estatus socioeconómico se produce una demanda cada vez mayor de reconocimiento en la forma de participación política. Empíricamente, los casos más interesantes para verificarlo están hoy en Asia como Japón, Corea, Taiwán y otros países asiáticos no son cristianos culturalmente, pero hay también en ellos una correlación distintiva entre el nivel de desarrollo económico y la democracia estable. Esto sugiere que aunque pueda haber elementos culturales en la correlación, la correlación en sí no está determinada culturalmente en última instancia, sino que es válida universalmente.
Hay una fuerte correlación entre el desarrollo económico exitoso y el aumento de instituciones democráticas, una idea expresada originalmente por el gran sociólogo Seymour Martin Lipset. Hay numerosas razones que explican por qué esta correlación es tan fuerte. Cuando un país supera un nivel de renta per cápita que ronda los 6.000 dólares, ese país deja de ser una sociedad agrícola. Tiende a tener una clase media con propiedades, una sociedad civil compleja y un nivel educativo alto entre las masas y la élite. Todos estos factores tienden a promover el deseo de participación democrática, lo que conduce, de abajo a arriba, a la demanda de instituciones políticas.
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