Pensad en el niño que toma el pecho, escribe el filósofo André Comte-Sponville. Y en la madre que se lo da. También ella ha sido un bebé. Todos comenzamos tomando, y esto es ya una forma de amar. Después aprendemos a dar, al menos un poco, al menos algunas veces, y ésta es la única forma de ser fieles hasta el final al amor recibido; al amor humano, nunca demasiado humano; al amor tan frágil, tan inquieto, tan limitado y que, sin embargo, es como una imagen del infinito; al amor del que hemos sido objeto, y que ha hecho de nosotros sujetos; al amor inmerecido que, como una gracia, nos precede, que nos ha engendrado, y no creado; al amor que nos ha mecido, lavado, alimentado, protegido, consolado; al amor que nos acompaña, definitivamente, y que nos falta, y que nos da alegría, y que nos transforma, y que nos ilumina. Si no hubiera madres, ¿qué sabríamos del amor? Si no hubiera amor, ¿qué sabríamos de Dios?
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