viernes, 10 de abril de 2020

Reliquias



En el siglo VII, en el III Concilio de Braga (675) se había dispuesto que todos los altares debieran contener reliquias para llevar a cabo la consagración. En el año 787 el II Concilio de Nicea confirmó esta disposición decretando que todo altar de iglesia albergara las reliquias de un santo, puesto que en Roma la Eucaristía se celebraba “sobre la sangre de los mártires”. Cuenta el historiador Taranilla que con estas disposiciones, la tenencia de reliquias se convirtió en un objetivo para todas las iglesias y monasterios, que se convirtieron en grandes centros de veneración. Debido a la proliferación desmesurada de las mismas, no siempre verificadas, en el IV Concilio de Letrán (1215-1216) se dispuso que solo el obispo tuviera potestad para identificar la autenticidad de una reliquia. Por otro lado, las reliquias llegaron a adquirir un gran significado político al servicio de la propaganda de los reyes. Su posesión se asoció a símbolo de poder, porque suponían la muestra de la autoridad real al propio tiempo que representaban su justificación divina.

El culto a las reliquias fue incentivado a través del fenómeno de las peregrinaciones. 

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