La historia está llena de imprevistos. Si algún visionario ruso hubiera dicho en 1987 que la Unión Soviética dejaría de existir, que el Partido Comunista soviético se transformaría en poco más que una asociación de jubilados, y que Polonia y la República Checa se convertirían en los principales acusadores de Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, no lo hubieran mandado a la cárcel, sino al manicomio. Y, sin ir más lejos, si un chino hubiera pronosticado durante la Revolución Cultural de Mao que la principal atracción de Shanghai en la primera década del nuevo milenio sería el monumento al consumidor, lo hubieran tildado de delirante.
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