Tras pasar un tiempo en un país cuya lengua nos resulta extraña, aceptamos con gusto mantener una conversación con cualquiera que hable nuestro propio idioma, aunque solo sea por el placer de escuchar los sonidos que nos son tan familiares. En cambio, aun en un breve diálogo con la misma persona en nuestro país de origen, prestaríamos atención de inmediato a las sutiles variaciones de lenguaje que nos informarían sobre la región de la que proviene, su edad, su educación y hasta aspectos de su carácter y su personalidad.
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