Cuenta el escritor colombiano William Ospina que nuestro problema es que somos demasiado sensatos, demasiado cuerdos, demasiado precisos. Algo nos ha sido quitado y ese algo es el asombro ante lo inexplicable de la realidad. No asombraría ver flotar un peñasco, pero no nos asombra ver flotar al planeta. Nos inquietaría que una casa no terminara nunca, pero no parece inquietarnos que el universo se prolongue sin fin. Nos parece que una cosa deja de ser misteriosa por el hecho de que se la enmascare en fórmulas matemáticas. Y esto me recuerda una reflexión de Chesterton: “Contra quienes afirman que el universo fue milagrosamente creado de la nada se levanta la teoría científica moderna, que demuestra que no se trató de un hecho súbito sino de un proceso lento y gradual de evolución y complejización de la materia”. Y entonces Chesterton añade: “¿Y a quién se le ocurre que un milagro deja de ser un milagro por el hecho de que se lo difiera en el tiempo?”.
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