Isaac Bashevis Singer, escritor judío y ciudadano polaco que en 1978 se le concedió el Premio Nobel de Literatura escribe que “a menudo los malos escritores son críticos sagaces de la obra de otros escritores. Su crítica era aguda y exacta, algunos de ellos son capaces de indicar con toda precisión los errores de los grandes escritores. Esto mismo es aplicable a la manera de juzgar el carácter de los demás. Los ególatras hablan con desprecio de los ególatras, los necios se mofan de la estupidez de los necios, los más toscos se empeñan en demostrar su refinamiento a base de señalar la tosquedad, la tendencia al abuso, la vanidad de otros. Entre la evaluación de los demás y la de sí mismos se extiende un abismo misterioso, como si en algún rincón de su ser cada persona fuese capaz de ver la verdad, sólo con la condición de proponerse no pasarla por alto. Al parecer, la egolatría es la fuerza de mayor poder hipnótico, tal como lo describe el Pentateuco: “Porque el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos”. El hombre sensato se transforma en ciego y el santo llega a un compromiso con el malvado cuando le convenga, o cuando piense que encaja con sus propósitos”.
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