La organización política se basa en la lealtad de los afiliados a sus dirigentes. La fidelidad a la organización conlleva de forma indirecta la docilidad y adhesión del inferior al superior. Por ello se procura que los cargos en la administración pública o en las empresas estatales sean asumidos por personas de confianza. Se desarrollan así relaciones de mutuo interés entre el superior y el inferior. El primero se beneficia de la docilidad y lealtad del segundo a cambio de recompensas presentes o futuras, como el ascenso de categoría o el acceso a un cargo superior en una organización o en una institución política. Los militantes y afiliados de base suelen acatar las decisiones de los dirigentes o los que controlan el poder en los órganos de gobierno. Si uno no se doblega sino que adopta posturas contrarias a la dirección del partido local, regional o nacional, está cuestionando la posición del superior. De ahí que siempre resulte más cómodo para las personas que aspiran a ocupar un cargo en la estructura del partido o en la administración pública seguir las líneas de actuación marcadas por los dirigentes.
Dice el profesor Juan Oliver Sánchez que la persona que accede a un cargo municipal, autonómico o nacional o un puesto de responsabilidad en el gobierno puede convertirse en un individuo prepotente que no quiere ser controlado por los militantes o rendir cuentas ante la organización. De ahí que la política esté entrelazada por estrategias, maniobras, estratagemas, intrigas, manipulación, resentimientos, facciones, clientelismo, negociaciones y acuerdos, rivalidades y enfrentamientos. La vida política conlleva una actividad que pone de manifiesto intereses personales, orientados a la consecución de niveles crecientes de poder, renta, posición social e influencia en los órganos de gobierno y decisión de las organizaciones e instituciones políticas y en la sociedad
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