En el siglo XVIII, Adam Smith escribió que las personas que eran dueñas de la sociedad decidían sus políticas, en concreto, los mercaderes y los manufactureros. En la actualidad, el poder está en manos de las instituciones financieras y las multinacionales. Estas instituciones están interesadas en el desarrollo de China. Eso significa, escribe Noam Chomsky, “que si alguien es, por poner un ejemplo, el consejero delegado de Walmart, de Dell o de Hewlett-Packard, estará más que encantado de contar con mano de obra barata en China trabajando en condiciones atroces, y de producir allí sin apenas restricciones medioambientales. Mientras China tenga eso que hoy llaman crecimiento económico, todo irá bien. Pero lo cierto es que el crecimiento económico chino tiene bastante de mito. China es sobre todo una inmensa
planta de montaje. China es un gran exportador, pero mientras que el déficit comercial de Estados Unidos con China ha aumentado, el de China con Japón, Taiwán y Corea ha decrecido. El motivo de que eso sea así es que se está desarrollando en la zona un sistema regional de producción. Los países más avanzados de la región, Japón, Singapur, Corea del Sur y Taiwán, envían tecnología avanzada, piezas y componentes a China, que aporta su mano de obrabarata para el montaje de los productos que envía luego fuera del país. Y las grandes corporaciones empresariales estadounidenses hacen lo mismo, envían piezas y componentes a China, donde se montan (y desde donde se exportan) los productos finales. Las llaman exportaciones chinas, pero, en muchos casos, vienen a ser más bien exportaciones regionales y, en otros, son en realidad un ejercicio de exportación desde Estados Unidos hacia sí mismo. En cuanto nos desprendemos del corsé de concebir los Estados nacionales como entes unificados sin divisiones internas, podemos ver que se está produciendo un desplazamiento del poder global, sí, pero desde la población trabajadora mundial hacia los dueños del mundo, el capital transnacional, las instituciones financieras globales”.
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