Companys y su gobierno en el banquillo de los acusados del Tribunal de Garantías Constitucionales |
Por lo que nos cuenta el historiador Pio Moa la historia, tal vez, se repite en Cataluña. “Durante la Segunda Republica, alegando abusos de la Esquerra con motivo de una ley de contratos agrarios, la Lliga había abandonado el Parlament, y la ley pasó en él sin trabas. Pero la Lliga, considerándola contraria a la tradición catalana y la denunció ante las Cortes por rebasar el estatuto, y el conflicto llegó al Tribunal de Garantías Constitucionales. El tribunal dictaminó contra dicha ley, pero el gobierno, presidido por Samper propuso unos ligeros retoques “sin alterar en nada su contenido esencial”. Companys no sólo rechazó la decisión del tribunal, poniéndose en rebeldía, sino también la propuesta conciliatoria de Samper. «El fallo la culminación de una ofensiva contra Cataluña», y «los buenos catalanes» debían «defender su prestigio con la sangre de sus venas». «Tal vez yo os diré a todos: ¡hermanos, seguidme! Y toda Cataluña se levantará». El 12 de junio, mientras grupos de manifestantes gritaban «¡lucharemos hasta la muerte!», declaró en el Parlament: «Me han llenado de estupor unas declaraciones del señor Samper, lanzando la sugerencia de que tal vez, si se modificaban algunos aspectos podría haber un plano de avenencia que, en este problema, la sola palabra nos cubre de vergüenza». A su entender Cataluña sufría «la agresión de los lacayos de la monarquía y de las huestes fascistas», y por tanto «se nos plantea el problema de si las libertades de Cataluña están en peligro por haberse apoderado de la República todo lo viejo y podrido que había en la vida española». No cabía la transacción, pues «¡oh amigos!, si eso sucediese y yo tuviese la desgracia de quedar con vida, me envolvería en mi desprecio y me retiraría a mi casa para ocultar mi vergüenza como hombre y el dolor de haber perdido la fe en los destinos de la Patria». El nacionalista moderado Abadal advirtió, entre insultos de los demás, el deber de acatar al Tribunal, fundado con acuerdo de la Esquerra, y el riesgo de perder la autonomía por tales trifulcas. Companys le replicó: «Admitamos que Cataluña sea vencida y que nos arrebaten todas las libertades; pero como los que estamos al frente perderemos la vida, renacerá de una manera triunfante la nacionalidad catalana». Con cierta incongruencia añadió: « No somos hombres que nos dejemos llevar por los nervios ni por exaltaciones clamorosas momentáneas. Sabemos adoptar aquel tono ponderativo de táctica y equilibrio, de saber hacer. No somos unos insensatos». Según sus adeptos, por aquellos días la figura de Companys «adquiría proporciones épicas, de leyenda, mientras que Samper, Lerroux, Salazar Alonso (ministro de Gobernación), aparecían en su miserable minusculidad»”
Companys, en el centro, ingresado en prisión en 1934 junto a su Govern |
En las elecciones de febrero de 1936, los votos ácratas ayudaron a la Esquerra a obtener una amplia mayoría, mientras la Lliga, retrocedía acusadamente. Companys y los suyos, liberados de la cárcel y despedidos en Madrid con un multitudinario mitin de simpatía, habían pensado presentarse en Barcelona y “tomar posesión del poder por la fuerza”, apunta Azaña, que los trata de pueriles.
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