Durante la Segunda Guerra Mundial el soldado alemán Helmut Pabst escribió: “La bala que oyes ya pasó de largo”. Si uno no la oía, lo más probable es que estuviera muerto o herido. La muerte se presentaba de forma muy aleatoria, y elegía a sus víctimas de una forma caprichosa y misteriosa: “Hace cinco días, en nuestra posición de tiro estaba sentado con nuestro jefe de inteligencia hablando de Würzburg. Después él fue a buscar sus calzoncillos; estaban secándose a quince metros, y me saludó con la mano. Allí mismo, un trozo de metralla le alcanzó en la cabeza. Hoy estoy ante su tumba”.
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Ruinas de La Abadía de Montecasino tras el bombardeo masivo de las Fuerzas Aéreas aliadas |
John Steinbeck describió cómo “los bombardeos prolongados azotan literalmente las terminaciones nerviosas. Los tímpanos acaban torturados por las explosiones y el constante martilleo hace que a uno le duelan los ojos al principio te duelen los oídos, pero luego se embotan, igual que todos los demás sentidos en ese embotamiento, todas las prioridades cambian, el mundo entero se vuelve irreal. Después intentas recordar cómo era, y no lo logras del todo”. En diciembre de 1944, los artilleros aliados dispararon 206.929 proyectiles en el transcurso de un bombardeo sobre Montecassino que duró dos días. Bajo semejante manto de fuego, hasta las tropas de élite alemanas perdían el juicio o la voluntad de lucha.

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