El perfeccionismo de Steve Jobs afectaba incluso a las partes que no se veían. Cuando era pequeño, cuenta Walter Isaacson, Steve Jobs había ayudado a su padre a construir una valla alrededor del patio trasero, y éste le dijo que debían poner el mismo cuidado en la parte trasera que en la frontal. “Pero si nadie se va a enterar”, afirmó Steve. Su padre le respondió: “Pero tú sí que lo sabrás”. Un verdadero artesano utiliza una buena pieza de madera incluso para la parte posterior de un armario que va a ir contra la pared, le explicó su padre, y ellos debían hacer lo mismo con la parte trasera de la valla. El sello del artista era precisamente esa pasión por la perfección.
Cuando supervisaba el Apple II y el Macintosh, Jobs aplicó
esta lección al circuito impreso del interior de la máquina. En ambos casos hizo que los ingenieros recolocaran los chips para alinearlos y lograr así que la placa tuviera un buen aspecto. Aquello extrañó especialmente a los ingenieros del Macintosh, porque Jobs había especificado que el dispositivo estaría completamente sellado. “Nadie va a ver la placa del ordenador”, protestó uno de ellos. Jobs reaccionó como lo hiciera su padre: “Quiero que sea tan hermoso como sea posible, aunque no vaya a verlo nadie. Un gran carpintero no usaría madera mala para construir la parte trasera de un armario, aunque no la vea nadie”. Les dijo que eran artistas y que debían comportarse como tales. Y en cuanto hubieron rediseñado la placa, Jobs hizo que los ingenieros y otros miembros del equipo del Macintosh firmaran con su nombre para que quedase grabado en el interior de la cubierta. “Los verdaderos artistas firman su obra”.
Cubierta del primer número de la revista MacWorld |
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